Hola, soy 9000, o eso pone en el papel que me dieron al entrar. Unos amigos me han cedido este espacio para contaros de strangis que estoy en un exótico país, uno de esos países pobres que es mejor que sigan siendo pobres. Podría estar en un hotel económico y de calidad; consumiendo droga económica y de calidad y follando con prostitutas económicas y de calidad, pero estoy en un vertedero humano.
Lo llaman felhabs, prisión, pero aquí no existe el propósito de re-inserción. Aquí te almacenan en cuanto tienes algún problema con la justicia y se olvidan de ti hasta que llega el día de salir. Aquí mi verdadero nombre no importa. Tampoco importa el hecho de que sea inocente, porque este es un infierno irracional. Siento como si estuviera en un turbulento río de mentiras en el que debes nadar contracorriente, siempre al borde de la extenuación, para conseguir respirar esporádicas bocanadas de verdad. Puede que alguien haya sentido algo parecido mientras buceaba por la prensa, pero hay que contar con la intensidad que le añade la privación de libertad dentro de una comunidad en la que la verdad es irrelevante.
Las mentiras me trajeron hasta aquí y después ninguna de las personas con las que he hablado me ha dicho la verdad: el abogado ha estafado a mi familia; la policía me ha obligado a firmar una declaración sin traducir que nada tiene que ver con los hechos; los funcionarios te dicen que algo está prohibido cuando quieren un soborno y todo el mundo en general quiere robarme un dinero que no tengo. He acabado por clasificar a la gente según lo lejos que están dispuestos a llegar para quedarse con lo que creen que tengo. En el caso de los yonquis hay que valorar el nivel de mono. Un yonqui con poco mono no tiene ganas de pensar en como mejorar su nivel de vida a tu costa. El mismo yonqui con mucho mono puede rajarte la cara si no le das un papel de fumar.
No importa que les explique que lo único que poseo es mi piel blanca y lo que la cubre. Viven en la mentira y les cuesta muchísimo ver la verdad. Esto tiene una consecuencia exasperante para mi. Siempre se me ha dado fatal mentir y a lo largo de mi vida he intentado evitarlo. En compensación he ganado en credibilidad, que es muy cómoda y alimenta mi soberbia. El caso es que no estoy acostumbrado a que cada vez que hablo con alguien insinúe que le estoy mintiendo. Sí, sí… ya les he dicho que soy un vasco por el mundo, pero ni los argumentos más sólidos hacen mella en esta desconfianza férrea.
Si físicamente estoy encerrado, en mi cabeza la sensación es la de estar fuera de la libertad; fuera de la verdad; fuera del universo. El río de mentiras, desde esta perspectiva, es el caos que se arremolina en los límites de la realidad. Me han desterrado de la razón para arrojarme a este lugar lleno de intenciones maquiavélicas dentro de cerebros a medio desarrollar. Las mentiras resultantes son burdas, sí, pero tan numerosas que siempre te cuelan alguna. Además hieren el orgullo con más contundencia que una mentira elaborada.
Me gustaría despedirme con un consejo:
“No llames mentiroso a un yonqui vasco o podría rajarte la cara.”
P.D.: Espero que esta carta y las siguientes lleguen a su destino aunque no os lo puedo asegurar porque… ya sabéis: esta prohibido y no tengo dinero.