Al principio de los tiempos, los dioses trabajaban a destajo creando el universo. Un lugar armónico con su pizquita de caos para que todo siguiera girando. Un grupo de dioses especialmente laboriosos se entretuvieron con los detalles de un planeta. Con mucha paciencia elaboraron la tierra, sus componentes y relieve. Cubrieron casi toda su superficie con agua y en un arranque de inspiración crearon la vida. El resultado fue una obra guapa que te cagas, con sus alteraciones climáticas y sus especies evolucionando. Cuando creyeron que todo estaba listo y que funcionaba por sí mismo se regocijaron y llamaron a los demás dioses para enseñarles su trabajo. Todos se maravillaron. Se dedicaron a observar y probar todas las maravillas contenidas en ese pequeño rincón del universo.
Fue una fiesta inocente hasta que se encontraron con el fenómeno de la fermentación. En breve la borrachera fue generalizada. El primero que sintió la resaca lanzó un meteorito para cubrir la atmósfera de polvo porque le molestaba la luz. Como efecto secundario se cargó a un montón de seres vivos. En medio del embotamiento mental y el cachondeo, quisieron arreglarlo y comenzaron a crear otros seres. Así surgió el ornitorrinco pero también el homo sapiens.
El ser humano era muy gracioso. Las divinidades se desternillaban viendo las caras que ponía mientras se preguntaba cuál era el sentido de la vida. Para continuar con la broma le dieron libre albedrío y luego le metieron en la cabeza la idea del destino manifiesto. De tanto en tanto se comunicaban con un grupo de gente y les convencían de que eran el pueblo elegido, superiores al resto y poseedores de la verdad absoluta. Estos grupos se creían con el derecho y el deber de ser los tutores del resto de los seres humanos. Si alguien discrepaba estaba equivocado y si alguien se oponía debía morir.
A día de hoy el número de “elegidos”, tanto grupos como individuos, es ridículamente alto… y algunos ya se han dado cuenta del chiste. Pero no lo revelan al resto de la humanidad sino que prefieren compartir la broma con las deidades y animarnos al resto a lanzarnos en cruzadas por cualquier idea abstracta. Nos matamos por Dios, por la civilización, por la democracia, por el deporte, por un palmo más de tierra o incluso por la paz. Nos matamos por la paz y sólo por eso ya somos la especie más estúpida conocida.
Y como se yo todo eso… Pues porque dios me ha hablado y me ha dicho que soy el elegido y que debo guiar a los infelices ciudadanos a la verdad a través de la escritura. Y mi destino es ser encumbrado por encima de mis semejantes, dominarlos y prepararlos para el advenimiento del Imperio Intergaláctico Blatodeo. Estad atentos porque pronto tendréis que elegir. El que no se someta a mí morirá, porque la muerte es el destino de todos.
El Ciudadano Feliz